MARIA E (58 años)

Con todo mi cariño, escribo este testimonio para animaros a hacer esta peregrinación. No volveréis indiferentes, algo muy especial se moverá en vuestro interior, quizás algo que esté dormido y despierte, quizás algo que nunca existió y la santísima Virgen ponga en vuestro corazón, lo cierto es que a partir de Medjugorje en vuestra vida una semillita irá creciendo poco a poco y dando frutos.

Mi experiencia no fue extraordinaria, pero no por ello menos bonita, así la viví yo:

Era un mes de mucho calor, y lo hacía realmente, pero francamente no estorbaba; se puede decir que triunfaba La Paz y el silencio a pesar del gentío, era como si hubiera entrado en un espacio donde se respiraba mejor y un aire más suave y “hasta olía bien por todo el pueblo”.

La actitud de las personas era amable y sonriente, y hasta los que estaban serios parecían felices. ¿Pero era todo tan idílico o yo estaba diferente?

Desde el primer momento me sentí muy impresionada por su historia y de cómo ELLA empezó a mostrarse a los videntes, y los mensajes que nos hacía llegar a todos sus hijos a través de ellos, ¡que paciencia!, ¡que perseverancia!, ¡cuánto nos debe amar! ¡Sigue insistiendo, no se cansa!, quiere enseñarnos a amar a su Hijo, quiere que nos salvemos, quiere La Paz en nuestros corazones.

Me admiraba la devoción de los peregrinos de todo el mundo, y esos cantos tan dulces que invitaban a la adoración y a seguir amando.

Durante las adoraciones nocturnas, el Señor ejercía en mí una poderosísima e irresistible atracción, y no podía dejar de mirarle, hasta el punto de que la emoción embargaba mi ánimo hasta desbordarse de lágrimas los ojos. ¿Qué estaba pasando? Él me estaba venciendo con su amor, estaba desmoronando mi cuerpo y mi mente y me estaba perdonando y yo en ese momento necesitaba reconciliarme con Él.

Llevaba mucho tiempo sin acercarme a un confesionario y no me atrevía, lo intentaba, pero no podía, hasta que tú, mi querida Madre me lo facilitaste todo y pusiste sin darme cuenta a un sacerdote a mi lado en el justo momento que me marchaba ¡no me dejarte escapar! Querías librarme de mis males. ¡Cuánto te lo agradezco!, a partir de ahí las eucaristías tomaron otro rumbo. Recuerdo que para coger buen sitio, ya que había mucha gente, nos íbamos muy pronto y aguardábamos a pleno sol el tiempo que hiciera falta para no perder detalle.

Fui a donde la Virgen se hace visible a los videntes y subí por aquel monte lleno de piedras donde, aún sigo sin comprender cómo podían hacerlo algunas personas descalzas y otras físicamente muy menoscabadas y todas llegaban perfectamente. También visité otras iglesias, casas y el cenáculo, en todos los sitios se notaba la presencia de la Virgen, rezábamos, cantábamos, nos explicaban experiencias, oía testimonios impresionantes y hechos inexplicables y a todo asistía como embobada. Se forjó gran unión entre el grupo de peregrinación.

Gracias Mi Virgen, mi Reina, por llamarme. Gracias por ese gran regalo, fueron unos días de felicidad, de esa que solo se tiene cuando se está en paz.

Santa Maria, ruega por nosotros tus hijitos.